martes, 21 de octubre de 2008

EL BURRO Y EL NIÑO


El Burro y el niño


En Noceda. Corrían los años cincuenta y tantos cuando un niño de 8 años estrenaba su vehículo de cuatro patas, tipo medio, pelo oscuro, fino, un manojo de nervios, ágil, intrépido y de inteligencia superior a la media de los de su clase (Si hubiera competido en la carrera de burros de San Bartolo, seguro hubiera ganado los laureles. No era el burro Platero que tan poéticamente nos describió Juan Ramón Jiménez, pero era un burro nacido en Noceda al que se impuso el nombre de “Cartucho”, lo cual le define como intrépido, veloz , explosivo y tan inteligente que habría emulado al mismísimo Aquiles, el griego.
El niño que lo montaba se entendía con él por sus gestos con las orejas y la posición de la cabeza así como por sus vibraciones y así podía hablar con él según las situaciones y si bien sus hazañas no se han contado en Agronoticias ni se han visto en TV no ha sido porque no existieran si no por modestia y porque no había “La Curuja” que con su amabilidad y sencillez las acoge.
Todavía viven muchos vecinos de Noceda, cuyos nombres omito por no cansar, que cuando me los encuentro en paseos por el Barrio de Vega o en el Bar, me recuerdan algunas historias así como el nombre del burro.
Esto me animó a dedicar unas líneas a mi burro con algunas de las más llamativas hazañas que con él viví en mis años de infancia y que tanto me marcaron.
En tiempo de castañas, a primeros de noviembre de aquel año en que sí llovió a cántaros y que incluso barruntaba nevada, con un cierzo frío y húmedo, el niño se montó a pelo en el burro Cartucho y le dijo “Vamos a castañas a Las Rozas de Rio” y sin albarda,ni manta ni adorno alguno, aunque sí con un cesto de mimbre y un saco, llegaron al final del camino del Mouro, próximo al prado de La Custrolla” y se toparon con el Río Noceda crecido y desmelenado, pues rugía que daba miedo y hete aquí que se les presenta el dilema de “ o cruzamos y nos mojamos o tenemos que volver a San Bartolo y pasar por el puente y El campín, lo que supone un gran rodeo, perder mucho tiempo e incluso que te puedan espetar aquello de “cobardica”.La situación era más complicada que el Teorema de Newton y el niño le preguntó al burro ¿ Pasamos? A lo que el burro, que tenía las orejas tiesas y en posición de escucha atenta, asintió abatiendo su oreja derecha. Ante tanta valentía, ambos, jinete y burro, arremetieron contra el caudaloso rió, sin cayado ni chaleco salvavidas y a pesar de que el agua le mordía la panza hasta hacer que se tambalease y que al niño se le llenaran las botas de agua antes que el saco de castañas, asido a sus crines de león del Serenguetti, consiguieron traspasar el río que burlón se estrellaba entre rocas y humeiros para perderse por Peñaposadera después de devorar La Veiga y despedirse de Praoleche.
A propósito, Praoleche es un paraje que lame el río por su margen izquierda, dejando a La Veiga por la derecha con sus prados y molinos de agua. Ambos parajes son o eran muy feraces y hermosos, parecen una pareja de enamorados, mirándose permanentemente en invierno, sin encontrarse, hasta que en verano se daban la mano y hasta se besaban, al esconderse el agua que los separaba. A Praoleche iban casi todos los días el burro y el niño a distintos menesteres, como pastorear las vacas, regar el gran prado de seis carros de hierba con angarillas, segarlo e incluso hacer de espantapájaros de los pardales que se comían el trigo. Para poder regar aquel prado precisaba pasar tres días con sus tres noches a la intemperie, aprovechando las escurriduras de agua que a la bancada acudía, después de peregrinar por otras varias, ribera arriba, y a veces ayudada por el chavalín que sin linterna ni candil de carburo la liberaba retirando los calzapetes que la retenían, para disgusto de otro.
Allí pasó muchas noches bajo el cielo estrellado, adivinando las curvas del camino, sorteando zarzas y alabanzas, como si acechara la raposa o el lobo, pero que no libraban al niño de dormir al lado de la cerradura, sobre unas hierbas o un pequeño feije de paja , esperando la visita de su padre que entiznado regresaba de la mina de Lombas.
Mi burro era mi bicicleta aunque de cuatro patas, pues todavía no nos habíamos modernizado. El niño y el burro eran más famosos en el pueblo que Fernando Alonso y su Renault. Mencionar a nuestros admiradores sería prolijo y ocioso, pues aún viven muchos de ellos, ellas, que quizás lleguen a leer estas líneas preñadas de recuerdos y nostalgias.
El niño montado en el burro y arreando las vacas, bien al Rozo, al Carrizal, a Praoleche o Praolobispo, solía llevar un libro, el que cayera en sus manos, pues no había mucho donde elegir, como “El Ciudadano”, manuscrito con caligrafía preciosa y enrevesada, que le sirvió para aprender a leer a los seis años, con cuentos como “ el perro del hortelano” y en una ocasión, recuerdo que una madre dijo a su hija :” aprende, mira a ese niño cómo aprovecha para leer”.
Pero el burro cartucho tuvo que realizar otras faenas como “hacer de cuarta o tirar de cuarta, pues así se decía del burro o caballo al que se le colocaba un collarín, del que salían dos cuerdas o cordelillas, una por cada lado del animal y que convergían al engancharlas a la pezonera del carro , a la altura del yugo, para así ayudar a la pareja o yunta de bueyes o vacas a tirar del carro cargado de madera, barro, abono etc.
Muchas veces lo hizo hasta que en una ocasión llegó al paraje conocido como “El Cadorno”, cerca de Las Fuentes, tirando de un carro de abono y antes de que el dueño lo desenganchase, la yunta “moscó”, como decía Pachín “el sabio”, y el desdichado burro fue arrastrado bajo el carro un buen trecho, quedando incapacitado de sus extremidades, por lo que se ganó el honor no deseado de viajas en carro hasta el corral. Allí fue asistido de Veterinario y recibió cariño y cuidados de niños y amigos hasta que llegó la Mata de los cerdos.
Por aquellas fechas , echamos de menos a nuestro amigo el burro y se rumoreaba que había muerto y lo habían tirado para los lobos en el Carruelo de Chanos, próximo a donde hoy se ubica el Camping. Pasado un tiempo , la duda fue despejada por la tía Filomena ( cuya memoria ha sido glosada por Miguel Angel) que me dijo” ¡ Ay monín¡ ¿ No te diste cuenta que faltó el día de la mata? Le hicieron cecina las patas traseras”.Entonces el niño lloró y lo lamentó y hasta trató de hacer huelga de hambre ante su padre, pero lo cierto es que debía de ser saludable porque tanto la Señora Domitila como María la de Teresin decían : ¿ Qué vos da de comer tu padre que tenéis esos colores en la cara? Polvos pinos, decía el niño ( sin saber lo que decía ).
No se extrañen, no era necesidad, pues no faltaba que comer, fue una casualidad irrepetible y sabido es que los mozos se gastaban bromas invitando a otros a comer cecina y les daban gato o zorro por liebre o cabra, lo que les servía para guasas y tomar el pelo a los crédulos o engolemos.
Conocido es el refrán de dar gato por liebre y mira por donde, pasados los años de Colegio e Instituto, el niño creció y hecho un mozo, se fue a Madrid donde aprobó una Oposición y encontrándose hospedado en un Hostal, próximo a la Puerta del Sol, en compañía de su cuñado Tomás, llegó la hora de comer y ya en la mesa, coincidieron con otros amigos, habiendo en el comedor unas cien personas. Cuando les sirvieron los filetes de vaca, según el menú, el que suscribe troceó el filete, lo olió, probó un trocico y comentó a sus amigos “Creo que esto no es vaca” lo que les sorprendió y a continuación añadió: “Estoy seguro que es carne de burro”, ante lo cual arquearon las cejas y comenzaron a gesticular como payasos. Puesta la cuestión en duda ante el dueño, éste primero lo negó, después dijo que era de caballo y por fin reconoció que era carne de burro, ante el temor a ser denunciado y descubierto, alegando que la vida estaba muy achuchada y se veía obligado y que por favor no lo divulgase porque su negocio se resentiría. Le dije :”Un burro me enseñó a librarme de los que dan burro por vaca”, así que perdió clientes y el negocio…..
Sirvan estas humildes líneas para homenajear al burro y agradecer que haya contribuido a mi formación profesional y que el cariño que yo le tuve sirva de ejemplo a otros niños.

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